Nunca antes habíamos tenido un espantapájaros en el huerto. Este lo pusieron de madrugada, mientras yo aún dormía. Ahí está plantado, mirando hacia la casa con su sonrisa torcida y rota. No espanta a los pájaros, me dice abuela, sino a los malos espíritus. Yo me siento junto a la ventana y lo observo. Por las noches, sus ojos parecen encenderse y acechar. Espanta a los demonios, dice abuela. Así que paso las horas allí, sentada junto a la ventana, mientras él sigue vigilando la puerta de la casa, impidiéndonos salir.
